El experimento más largo de Darwin fue consigo mismo
Cada mañana, Charles Darwin anotaba algo. A veces era una molestia en el estómago. Otras, el peso del cansancio, un dolor en la espalda o el matiz de una emoción inexplicable. Durante más de 40 años, llenó páginas con descripciones obsesivamente precisas de lo que sentía, pensaba y percibía. Era como si se observara a sí mismo con la misma rigurosidad con la que estudió a los pinzones de Galápagos, las plantas insectívoras de Australia o al zorro chilote en los bosques del sur de Chile.
Ese hábito no solo lo conectaba con su cuerpo. Lo entrenó para detectar patrones, para leer matices, para seguir procesos naturales que no todos podían ver. Fue una forma de innovación silenciosa: una sensibilidad afinada que le permitió descubrir una de las teorías más revolucionarias de todos los tiempos.
En su época, muchos lo consideraban excéntrico. Lo tildaban de hipocondríaco o maniático. Incluso sus cercanos lo miraban con extrañeza. Pero Darwin no escribía para agradar. Lo hacía porque su mente se lo exigía. Porque necesitaba registrar, ordenar, clasificar… incluso a sí mismo.
Hoy, esos diarios han sido estudiados por neuropsiquiatras como Michael Fitzgerald, quienes plantean que Darwin probablemente estaba dentro del espectro autista. Y al revisar sus hábitos, la idea cobra fuerza: evitaba el contacto social, tenía rutinas estrictas, una sensibilidad emocional profunda, obsesión por el orden, pensamiento visual y una capacidad de observación extrema, tanto hacia el mundo natural como hacia su mundo interno.
Incluso usaba listas de pros y contras para decidir si debía casarse. Su método era meticuloso, introspectivo… casi clínico. Pero fue esa forma de procesar el mundo lo que lo llevó a hacer lo impensado: cambiar el paradigma de la ciencia. Mientras otros miraban lo evidente, él veía las pequeñas variaciones, los detalles sutiles, los cambios imperceptibles. Donde otros veían pájaros, él veía adaptaciones. Donde otros veían selvas, él veía selecciones naturales.
No todos los grandes descubrimientos vienen del exterior. A veces, las mayores innovaciones nacen de mirar hacia adentro. Darwin no solo cambió la historia observando la naturaleza. También lo hizo observándose. Comprender la complejidad del mundo comienza por respetar la complejidad de nuestras mentes. Especialmente aquellas que piensan, sienten y ven diferente.
Y cuando creas que te faltan medios para innovar, recuerda esto: a veces el laboratorio puedes ser incluso tú mismo.